Francisco de Quevedo, una de las plumas más ingeniosas, aceradas y burlonas que ha visto España

Un 14 de septiembre de 1580, reinando el Rey Nuestro Señor Felipe II, nació en Madrid una de las plumas más ingeniosas, aceradas y burlonas que ha visto España: Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos

Quevedo, autor de la frase «todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen”, fue bautizado en la iglesia de San Ginés, en la calle Arenal, muy cerca de la Puerta del Sol de Madrid.

El genial escritor tendía a tirar de la espada con frecuencia. De hecho en la calle Mayor de Madrid asestó en enero de 1607 una cuchillada en el brazo a un capitán llamado Rodríguez y en la plaza de San Martín hirió mortalmente a un sujeto que inoportunaba a una dama el jueves santo de 1611.

Francisco de Quevedo acabó con sus huesos en una celda del Convento de San Marcos de León cuando contaba con 61 años de edad. Estuvo tres años y ocho meses en prisión y aunque se pensó que acabó en la cárcel por sus críticas al valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, recientes estudios indican que fue encarcelado a causa de sus relaciones con la diplomacia francesa y una denuncia por traición que luego no se acreditó.

El escritor fue detenido la noche del 7 de diciembre de 1639 en Madrid mientras se encontraba en el palacio del duque de Medinaceli y fue trasladado a León fuertemente custodiado por una veintena de alguaciles.

Duras fueron las condiciones en las que fue encarcelado. Así lo narra en su obra publicada en 1644, “Vida de San Pablo”:

Fui preso con tan grande rigor a las once de la noche, 7 de diciembre, y llevado con tal desabrigo en mi edad, que, de lástima, el ministro que me llevaba, tan piadoso como recto, me dio un ferreruelo de bayeta (pequeña capa) y dos camisas de limosna, y uno de los alguaciles de corte, unas medias de paño. Estuve preso cuatro años, los dos como fiera, cerrado solo en un aposento, sin comercio humano, donde muriera de hambre y desnudez, si la caridad y grandeza del duque de Medinaceli, mi señor, no me fuera seguro y largo patrimonio hasta el día de hoy”.

Quevedo fue enemigo acérrimo de Góngora aquel hombre «a una nariz pegado, un reloj de sol mal encarado, un elefante boca arriba, un hombre de un narcisismo infinito, frisón, archinariz, caratulera. Sabañón garrafal morado y frito».

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