El Asesinato del Obispo de Madrid

Seguro que algunos, al leer el título del presente artículo, han pensado que tan luctuoso suceso ocurrió en los años 30 del siglo pasado, cuando algunos veían una sotana, agarraban la pistola y además la disparaban con dirección del pobre cura de turno, pero no, el asesinato que aquí se narra ocurrió el 18 de abril de 1886.
Paso a transcribir el relato de los hechos según varios diarios de la época (El Progreso, El Resumen y La Época) :
En la mañana del Domingo de Ramos de 1886, el 18 de abril, una multitud se congregaba en la catedral de San Isidro para asistir a los diversos oficios de la Semana Santa. Estaba previsto que el entonces obispo de Madrid-Alcalá, Narciso Martínez Izquierdo, oficiara la solemne ceremonia de la bendición de las palmas.
Don Narciso llegó en un carruaje a la puerta de la catedral y una vez logró zafarse de aquellos fieles que querían besar su anillo prelacial entró en el templo después de subir la escalinata siendo recibido en el atrio por el Cabildo. En ese preciso momento, cuando el obispo iba a penetrar en la iglesia, se le acercó un sacerdote seco y enjuto, quien con fingido acatamiento y cual si fuese a besarle el anillo, y empuñando con su mano derecha un revolver, le disparó tres tiros.

Cayó el prelado, herido y sangrante, sobre la misma puerta de la iglesia, dicen que murmurando frases de perdón para el que le estaba arrancando la vida, mientras el cura asesino gritaba «me he vengado».
Mientras el obispo era introducido en una de las habitaciones del centro, el criminal sacerdote, librado por los guardias de seguridad del seguro linchamiento por parte de los fieles, era conducido a la prevención de la calle de Juanelo, de donde se le trasladó a la Prisión Celular.
¿Quién era el asesino?
Se llamaba Cayetano Galeote Cotilla, era natural de Vélez-Málaga, había llegado a Madrid en 1880 y contaban que vivía con una señora de mediana edad llamada Tránsito Darda en la calle Mayor número 61. Parece ser que a poco de instalarse en Madrid fue adscrito a la igleisa de la Encarnación y a la parroquia de San Marcos y llegó a oficiar en San Ginés.
¿Cual fue el móvil del crimen?
Parece ser que el pendenciero sacerdote (en un par de ocasiones había acabado en los calabozos madrileños por cruzar puños con otros curas) culpaba al asesinado obispo de la siguiente ofensa: en cierta ocasión a Galeote se le había confiado una de las misas que se celebraban en la capilla del Cristo de la Salud, sita en la calle de Atocha, siendo a poco, despedido por el rector, debido a su carácter pendenciero y exigente. Quejóse el criminal del supuesto agravio al obispo de Madrid-Alcalá y este, que por lo visto no consideró oportuno hacer pesar su autoridad sobre la Congregación que lo había separado, envió al sacerdote a una parroquia de Chamberí. A partir de este hecho el cura se dedicó a enviar cartas a su obispo en las que le exigía la reparación del supuesto daño causado. El silencio del obispo a las reclamaciones de Galeote le irritó de tal manera que planeó el asesinato de su superior.
El pobre obispo no murió inmediatamente después de recibir las tres balas procedentes de los disparos de su sacerdote sino que falleció a las cinco y media de la tarde tras un sufrimiento considerable. Conducido su cadáver al palacio episcopal sito en la calle de San Justo, hecha la autopsia judicial y embalsamado fue expuesto a la contemplación del público en una capilla ardiente que se instaló en el salón del trono.

La Justicia de Dios y la de los hombres
Mientras la justicia de los hombres se disponía a descargar todo el peso de la ley sobre el cura Galeote, la Justicia de Dios y una larga reclusión, provocaron al sacerdote grandes desequilibrios mentales que le privaron de su escasa razón. Considerándole más enfermo que criminal, como a un loco se le trató, siendo recluido en un manicomio donde acabó sus días olvidado de si mismo, sumido en el «no ser», tal vez, sin recordar los pormenores de la tragedia de que había sido protagonista.