1934: Conspiración, alzamiento y guerra (y IV)

El prólogo de la revolución de 1934
El asalto de la izquierda contra la II República tuvo consecuencias decisivas. Lo representó fehacientemente la revolución de octubre de 1934, en su grave vertiente de Cataluña y Asturias.
La revolución tuvo en Cataluña un carácter propio, al alzarse allí contra la legalidad republicana las propias instituciones de la República. Fue fácilmente dominada; toda una noche desconcertante y trágica -la del día 6 de octubre- en la que los reductos rebeldes fueron batidos. Luego, a primeras horas de la mañana del día 7, vino la rendición de lo que, en frase de Cambó, sólo había sido ‘una gran criaturada\’.
La revolución de Asturias constituyó una profunda convulsión política y social. Abrió irreparables grietas entre las fuerzas de la República, rompió la posibilidad de diálogo por mucho tiempo y fue un claro antecedente de lo que sucedió en España a partir de julio de 1936.
En su arranque, la revolución de 1934 debe situarse dentro de la crisis general del socialismo europeo de esos años y la amenaza del ‘peligro fascista\’. El socialismo español, sensibilizado con lo que ocurría fuera -Alemania, Italia, Austria o Francia-, asistió con temor al ascenso de la derecha en España y llegó a ver en Gil Roble un nuevo Dollfuss, incluso un ‘Hitler español\’.
Describe el catedrático de Geografía e Historia Juan Antonio Sánchez y García-Saúco las circunstancias sociopolíticas internacionales y su repercusión en España. Cuatro aspectos:
1. Actuó, en primer lugar, la salida del partido socialista del poder en septiembre de 1933. Reintegrado a sus posiciones de partido, su postura ante la base militante era difícil, por su reciente colaboración ministerial y por la propia división del partido. Ante las presiones, Largo Caballero, ‘el más vehemente\’ de los líderes socialistas, levantó como bandera el ideal de la revolución.
2. La crisis interna del partido socialista se enunciaba con la existencia de tres tendencias. La encabezada por Largo Caballero, que llegaba al campo de la revolución ‘desengañado de la experiencia gubernamental\’, era seguida por las juventudes socialistas, que posteriormente, en 1936, dirigidas por Santiago Carrillo Solares, se unificaron a las comunistas para formar un bloque de acción conjunta patrocinado por los asesores soviéticos y a la orden de la Unión Soviética de Stalin.
Opuesta era la postura de Besteiro, contrario a la participación en el gobierno, fiel a la democracia parlamentaria y a la evolución reformista. La ruptura entre ambas tendencias, clara desde la muerte de Pablo Iglesias en 1925, los llevó a la lucha por el control del partido y de la UGT.
La postura de Indalecio Prieto se situaba en el centro, equidistante de uno y otro; inclinado a la política general y suavizado de sus antiguos fervores revolucionarios, no obstante seguirá la línea del partido con firme disciplina.
3. Sobre estos presupuestos actuaron los resultados electorales de 1933. El brusco cambio político redujo la representación socialista en las Cortes casi a la mitad respecto a 1931. Las fuerzas sustentantes del primer bienio eran barridas. La derecha, volatilizada en 1931, irrumpía con fuerza en las Cortes de la República con 207 diputados.
4. Desde este momento se temió que la derecha llegara al poder. Fueron los anarquistas los primeros en pronunciarse en el mes de diciembre. Su explosión revolucionaria, con centro en Aragón y La Rioja, tuvo ecos en Cataluña, Andalucía, Levante y Galicia. No habían intervenido en el proceso electoral, pero cumplían su promesa revolucionaria. Esto comprometía más a los socialistas en el camino de la revolución que venían anunciando desde septiembre de 1933.
En enero de 1934, las ejecutivas del PSOE y de la UGT decidieron la preparación de la insurrección armada. A esta decisión se opusieron Besteiro y el grupo reformista. Pero las tesis revolucionarias se impusieron y Largo Caballero, presidente del partido, se impuso también en la UGT, de la que fue designado secretario general. Quedó constituida entonces una comisión especial, dirigida también por Largo, encargada de preparar la revolución.
Los anuncios para esa revolución menudearon desde ahora bajo la amenaza concreta de que si Gil Robles, o su partido, llegaban al gobierno el movimiento estallaría de inmediato. En el mes de abril, la dimisión del gobierno Lerroux dio paso a otro presidido por Ricardo Samper, que no significaba nada nuevo respecto al anterior. Era el momento para llamar a la CEDA, pero la prudencia siguió presente. El nuevo gobierno obedecía ‘al gusto y medida\’ de Alcalá Zamora. Intentaba no irritar al extremismo revolucionario. Pero los socialistas no interpretaron la situación de manera tranquila. Un ‘Octubre rojo\’, que evocaba el recuerdo de la revolución soviética, se presentaba como única solución del proletariado y de la República del 14 de abril.
Los problemas que recayeron sobre el gobierno Samper se agravaron durante el verano: huelga de campesinos del mes de junio, enfrentamientos con la Generalidad por la Ley de Contratos de Cultivo y con los ayuntamientos vascos y el PNV a causa de ciertos impuestos considerados lesivos.
A comienzos de octubre la crisis del gobierno Samper era inevitable. Gil Robles estaba decidido a exigir su participación en el nuevo gobierno. La disyuntiva era la disolución de las Cortes o la formación de un gobierno mayoritario. Los socialistas confiaban en la presión de sus amenazas revolucionarias. Pero la tramitación fue breve. El día 2 de octubre Alejandro Lerroux quedó encargado de formar el nuevo gobierno. El día 4 entraban en él tres ministros de la CEDA, en las carteras de Agricultura, Justicia y Trabajo. Gil Robles no quiso participar personalmente en este gobierno.
El partido socialista había anunciado que si este momento llegaba se hincaría la revolución. Y así fue. En la noche del 4 de octubre, dentro de un clima muy bien descrito por el ensayista marxista Antonio Ramos Oliveira y el político de la azañista Izquierda Republicana Marcelino Domingo, la revolución de octubre echaba a andar.
Aunque proyectada para toda España, la revolución marxista-secesionista sólo adquirió verdadera fuerza en Asturias, donde había triunfado el programa de la Alianza Obrera, propuesto por los socialistas, con la adhesión de anarquistas, el Bloque Obrero y Campesino (BOC) y los comunistas.
Por su parte, la presencia del Sindicato Minero Asturiano, como en 1917, aportó una fuerza disciplinada que confirió a la revolución asturiana su carácter cierto. El octubre asturiano fue una guerra civil reducida en el tiempo y el territorio, que llegó a concretarse en un símil de orden político y social de corte soviético, de socialismo real.
El epílogo de la revolución de 1934
Asturias dejó tras de sí un reguero de odios. Izquierda y derecha quedaron radicalizadas en violenta oposición. Las consecuencias de octubre alcanzaron a todos los que tomaron postura. Consuelo Bergés, pedagoga miembro de la masonería, en su libro Explicación de octubre observa: \»Ningún español espiritualmente vivo ha dejado de arder en la pasión militante del movimiento revolucionario o de la resistencia contrarrevolucionaria\».
El abogado y diputado Juan Ventosa Clavell, regionalista y liberal, pedía en las Cortes, en marzo de 1935: \»No envenenar aún más el ambiente de guerra civil\».
El abogado del Estado y político, José Calvo Sotelo, diputado de Renovación Española, también en las Cortes daba cuenta de la gravedad de lo acontecido en octubre de 1934, y sus antecedentes: \»Cuando ocurren conmociones de este tipo y de este estilo, algo vital se va, algo esencial se quema, se resquebraja, se desencuaderna y esto ha ocurrido en España\».
Asturias se convirtió en un duro lastre para la convivencia política en España. Armaba con razones a la derecha para tomar su propio camino en 1936, contribuyó decisivamente a imposibilitar la II República y a romper la paz.
Señala Calvo Sotelo a continuación: \»El 14 de abril [de 1931] se hundió un régimen; el 6 de octubre no ha perecido un régimen porque todavía se tiene en pie, pero ha perecido todo un sistema político estatal\».
El dirigente comunista Enrique Castro Delgado escribe: \»Octubre fue el comienzo. El comienzo de la guerra civil. El comienzo del asesinato de la II República, porque octubre pone fin a la posibilidad de diálogo entre los dos principales núcleos políticos españoles, de cuyos aciertos y desaciertos dependían la tranquilidad y la felicidad o la guerra civil y el dolor de España\».
Y concluye Salvador de Madariaga con relación a los sucesos de octubre: \»La breve guerra civil de 1934, preludio de la larga Guerra Civil de 1936\».